Al lado de mi casa le han dedicado una placita al gran entrenador de fútbol Luis Aragonés, que nos dejó no hace mucho, y cuyo lenguaje franco y castizo daba siempre mucho juego a la prensa y creaba polémica, incluso a nivel internacional. Muchos se acordarán de aquella vez en que llamó negro al futbolista francés Thierry Henry y toda la prensa internacional le tachó de racista. Luis Aragonés por supuesto que no era racista pero tenía un lenguaje muy coloquial, que podía dar lugar a malentendidos.
En una rueda de prensa que mantuvo ante la prensa para explicar esta polémica, él declaró que no era racista y que tenía amigos de todas las razas y de todas las culturas y, como ejemplo, mencionó el caso de un amigo suyo japonés que era sexador de pollos. Al llegar aquí, el intérprete encargado de traducir lo que Luis iba diciendo, tuvo que hacer una pausa y pedir aclaraciones al entrenador porque no había entendido muy bien de lo que estaba hablando. Luis se lo explicó con guasa y ante las risas generalizadas de todos los periodistas españoles presentes, que sabían cómo se las gastaba el que la prensa llamaba el sabio de Hortaleza (a él nunca le gustó este mote).
Reflexionando al respecto, la verdad es que, como traductor o intérprete, traducir el lenguaje coloquial (el slang), o traducir o interpretar a alguien que se expresa con giros muy particulares o muy locales o a través de un lenguaje muy castizo, como el que utilizaba el genial entrenador español, constituye un verdadero reto para el traductor o intérprete, pues primero puede haber dificultades de comprensión y luego de conocimiento sobre cómo traducirlo al idioma de destino. No es lo mismo conocer un idioma a nivel formal, con el lenguaje que está en los libros, que conocer el lenguaje coloquial, el que se habla en la calle. Uno requiere leer y estudiar; el otro, patearse las calles y relacionarse con la gente.
Traducir slang entraña mucha dificultad porque varía mucho, no sólo a nivel de país, es decir, una expresión coloquial se dice de forma distinta en España que, por ejemplo, en México, pero también a nivel de ciudad e incluso de barrio. Por ejemplo, en España, un madrileño le llamará a otro “tío”, mientras que un gaditano le dirá “pisha” o un malagueño, “quillo”. Para complicar más las cosas, dentro de una ciudad grande como, por ejemplo, Madrid, el slang que se utiliza en el barrio de Vallecas no tiene nada que ver con el que se emplea en el barrio de Salamanca. Y esto es así en cada país.
Cuando te enfrentas a una traducción que contiene expresiones coloquiales, ¿cómo lo solucionas? Si se conoce el lugar de destino del documento en cuestión, se puede intentar buscar a alguien que viva en esa localización y que te asesore al respecto. Pero si no se conoce el destino o ese destino puede ser, por ejemplo, toda la comunidad de hispanohablantes, quizá lo mejor sea utilizar expresiones coloquiales lo más neutras posibles, que quizá no tengan la fuerza o gracejo del original, pero que al menos se entiendan en la traducción.
Así siguiendo los mismos ejemplos que mencioné arriba, si uno tuviera que traducir al español el término inglés “body” o “dude” de forma coloquial, si el documento final fuera a utilizarse en Madrid, “tío” podría funcionar, al igual que “quillo” en Málaga, o si nos vamos a otros países, “güey” podría servir en México o “pana” en Venezuela y otros países caribeños. Pero si queremos un término que se entienda en todos, habría que recurrir al algo tipo “amigo”, que se entiende en todos los lugares, pero carece de la gracia que tiene cada una de las distintas expresiones locales: una especie de quid pro quo.